Sin saber porqué, no se rendía.
Se sorprendía y reía, se asustaba y corría, se cansaba y dormía. Dormía a los pies de aquella vida que tomó como vía. ¿Vía a qué? Ni lo sabía.
Seguía, y no se rendía. Cambiaba los pasos, los saltos, las risas y los llantos, los miedos aparecían y se iban, los variaba y desmoronaba, los volvía a crear y danzaba al rededor de aquella luna, su luna. Al terminar, volvía, jamás terminaba, volvía a empezar para nunca acabar, mientras pensaba en su anhelado final, en su viaje entre las estrellas, en un espiral como guía. Y a pesar de todo, no se rendía, no caía, y seguía sin saber que rayos es lo que lo movía.
Y con los pies llenos de tierra lo veo, mis ojos lo siguen algunas noches y a veces reímos. Yo siempre he sabido que gira, pero aunque grite, no me escucharía. En el fondo gira porque he sido su guía, y no encuentro desvío que sirva para mi vida.